Álvaro de los Ángeles

Crear cosas colectivamente para el uso y disfrute de todos; los que lo han producido y aquellos quienes puedan simplemente servirse o beneficiarse de ello. Esta propuesta, que resulta sencillo definir y, aún más, repetir en voz alta, es complejo en el fondo y en la forma llevar a término, pues la sociedad actual prima más la individualidad que el grupo; más la seguridad funcionarial que el riesgo de la independencia; más la “República independiente de mi casa” que la Republica común del espacio público donde se puede también gestionar, desde lo colectivo, el bienestar individual.
Asimismo, resulta difícil porque el sistema ha inoculado en nosotros una comodidad que, en cierta forma, nos aleja del debate colectivo, digamos asambleario y donde se antepone la soberanía del “hombre democrático” a otros conceptos que ponen en crisis, evidentemente, este concepto soberano. Es en la crisis, y no sólo en crisis de tipo económico o financiero como la actual, donde es posible volver a cuestionar las preguntas cuyas respuestas aceptamos casi sin rechistar. Retomar determinados procesos colectivos es el camino para acceder, cuando se pueda y nos dejen, a una democracia participativa que se distancie de la actual democracia representativa cerrada, jerárquica y anacrónica.