José Mari Berro

Politizarse sería ir de fuera a dentro, de lo parcial a lo central, abrir perspectivas que te (nos) vayan empujando de lo menos a lo más importante: quién y qué decide. Politizarse sería adquirir poder, capacidad de decisión, de influencia, de hacernos tener en cuenta.
            Antes lo social abría perspectivas. Significaba que hacías algo y hacías más de lo que hacías, que lo que hacías se contagiaba, que al día siguiente tus expectativas eran mayores, que podías hacer lo que venías haciendo y algo más. Al actuar pasaba algo.
            Hoy, hagas lo que hagas no pasa nada. Al día, al minuto siguiente todo (tú incluido) seguirá la misma marcha. Es la derrota. No sólo la derrota que nos han infligido sino, sobre todo, la que nos hemos dejado infligir. La derrota de la que somos culpables. Aunque podamos intentar consolarnos diciendo que “hicimos lo que pudimos”, lo cierto es que no fue así. Aunque pudiera parecer que nos tomábamos con seriedad lo que hacíamos, lo cierto es que la banalidad, la estupidez nos entraba por los poros, por las tangentes, por los aledaños hasta invadirlo todo. Jugamos a hacer como que hacíamos, apuramos su disfrute… hasta que se terminó. Aunque hacíamos como si siguiéramos siendo nosotros, en realidad ya éramos ellos.
            Victoria y derrota definen quién tiene el poder y quién no lo tiene. Definen, además, quién son los buenos y quién los malos. Nuestra derrota total y totalmente consolidada lo deja claro. Y, sin embargo, me temo que no hacemos sino seguir intentando inventarnos juegos.
            Nuestra derrota es el punto de partida, de acuerdo. Pero insuficiente si no añadimos a nuestra derrota nuestra responsabilidad (responsabilidad negativa o culpabilidad) en ella. Dudo de que nuestras reflexiones sirvan para algo si no las empezamos como las reuniones de Alcohólicos Anónimos: me llamo fulano de tal y soy culpable, metí a España en la CEE y la OTAN, monté ETA y el GAL, firmé pactos sociales a espaldas de los trabajadores, monté un sistema democrático que nada tuviera que ver con la libertad ni con la democracia, etc., etc., etc. (¿cuándo hice todo eso, Señor? Cuando permitiste que otros lo hicieran, lo estabas haciendo tú)
De otro modo seguiremos jugando, prolongando nuestro disfrute en terrenos o aspectos cada vez más parciales y laterales, cerrando perspectivas más que abriéndolas (lo contrario de la politización, que es ir de lo parcial a lo central y abrir), hasta que acabemos cada uno con nuestra consola, … y consolados.
No veo cómo hoy podemos politizarnos. Es seguro que los caminos seguirán durante bastante tiempo siendo múltiples, divergentes e incluso contradictorios, quisiera recalcarlo, pero eso no bastará si sigue siendo así, abundará en la dispersión y la confusión.
Por decir algo:
Tendríamos que volver a ser los buenos, para que los otros sean los malos: recuperar razón y razón central, capacidad de convencimiento, de hacerla atractiva y operativa… Sé que es una tarea para la que yo (y me temo que toda mi generación) estoy invalidado, dado todo lo que he perdido en el camino, pero no puedo escudarme en eso para no contribuir todo lo que pueda a que otros lo hagan.
Tendríamos, por otro lado, que abrir vías de actuación que abran vías de actuación. Hoy todas las vías que abrimos contribuyen a cerrarlas, cada una por razones diferentes, tanto la HG del 29S como (y perdonad, no pretendo ofender a nadie) la ocupación del banco de la Pza. Cataluña.
Ya sé que se me objetará que ese discurso puede defenderlo cualquier “partido de izquierda“ u “organización social oenegera”. ¿Y? ¿Qué es lo importante, marcar las diferencias o ser diferente?
Respondo en esta dirección por saber quién me pregunta. Si me hubiera preguntado otro, por ejemplo la CGT, escribiría en dirección distinta. Si no somos capaces de mirarnos en nuestro propio espejo, ¿cómo haremos para que los demás se miren en el suyo?
Un abrazo